viernes, 17 de abril de 2015

Querido Roberto




Ahí vamos Roberto. Una línea de barro sobre el horizonte
Ahí vamos, chiquitos
vengo de escarbar en las reliquias de los muertos
cartas del 30, libros de Perón, estampitas
perfumes del pasado
acá vamos de puta madre
oliendo el pis del baño y el café hervido
escuchamos Sigur Ros porque sabemos que es la música de la melancolía.
A los costados puro campo, vos sabés Roberto, como yo
que el suelo argentino tiene dueños
pienso en Argen y tina, me río, me acuerdo de cuando en la escuela los compañeros me cargaban por vivir, según ellos, atrás de la vía. Era dePelle mientras otros de Grini.
Encuentro el remedio; burguesía para todos.
Pienso en las tías Ressia, todos esos recuerdos que guardaban, se los llevaron?
"Querida hija, que la virgen te cuide, tu mamá Aida-Trenque Lauquen 1958" ¿En esos territorios de la memoria algo me pertenece?
Es la una de la madrugada, cruzo territorio de Pincén. Ahí vamos Roberto, puedo sentir como dijo mi amiga Elena el frufrú de la soja, campo adentro las luces de las cosechadoras dan sus fantasmas a la noche. Quisiera ver algo más mío como los platos voladores que el abuelo Martiniano Cuello veía en el INTA o esa luz que me siguió una vez volviendo de los mandados.
Roberto, nunca te dije, pero quiero que me abduzcan, para pasear nomás, creo que después de mirar al cielo durante tantos años me lo merezco. Qué hermoso acto del yo es decir ¡Me lo merezco! ¡Qué fe en la justicia de uno, que ceguera de amor propio!
Paramos sobre el camino en América, hay un cartel de Oscar Ustari, el arquerito que en boca no agarró ni la sombra de la pelota, y de Fredy Gatica, bicampeón de doma categoría bastos y encimera. Movida por el fuerte espíritu del yo, no puedo dejar de pensar en un cartel propio en mi pueblo natal que diga leticia ressia, abducida (se lo merecía).
La noche está clara y la luz del colectivo alumbra las banquinas. Recién una liebre mostro los ojos, sus fuegos abiertos, lejanos como las balas en rifle del gordo Mata como el puma atado que mi viejo me llevaba a acariciar o las carreras ganadas del Tehuelche, el galgo del tío Héctor. El tío que solo en su pieza de hospital espera el fogonazo de la liebre en los ojos, un poco más para vivir, se lo merece.
¿Qué es vivir? un deseo violento por lo maravilloso, el viento en la cara cuando sacás la cabeza por la ventana de un auto que va a 180, el guascazo de la gloria cuando se gana una carrera en bicicleta, el primer velorio donde te reís del muerto.
Estoy volviendo Roberto, no sé de dónde, porque en estos tramos uno no sabe de qué punta del hilo nos están tirando, cruzo la pampa y pido que si hay desierto que no se note, una vez vi los espectrales blancos de Villegas; cien caballos me corrían al costado del colectivo, la obsesión de un tipo muerto, el fantasma de esa obsesión me perseguía. Durante 5 kilómetros el humo de los potros me fue borrando la huella como quien quiere borrar la estela en el viento que deja un globo.
Tengo 35 años, cruzo el llano desde los 18. Nunca lo paso de ojos abiertos, no todo Roberto, es imposible sostener el espanto del horizonte  tanto tiempo.